Una visión particular del confinamiento
Durante casi tres largos meses he estado sola, con la única compañía del potos y la maranta, en silencio, sin apenas agua, con menos luz y a una temperatura más alta de lo normal. Así ha sido mi confinamiento por culpa de ese al que llamáis coronavirus o COVID-19. Mientras vosotros estabais en vuestras casas, empezando a conocer las ventajas y desventajas del teletrabajo, yo me he quedado aquí, en mi rincón de la oficina, viendo cómo, fuera de estas cuatro paredes, el mundo entero daba un giro de 180 grados.

Hacía semanas que os oía hablar de un tal coronavirus. Primero, que si se había originado en China, que era una misteriosa neumonía parecida a una gripe y que había obligado a construir hospitales en pocos días. Más tarde, os oí comentar que había llegado a Italia, que ya no parecía una simple gripe y empezasteis a murmurar algo sobre teletrabajo. De repente, un día escuché que os despedíais entre bromas e incredulidad. El lunes siguiente no aparecisteis por la oficina, tampoco el martes, ni en toda la semana, ni a la otra semana, ni a la siguiente… y así hasta 12 largas semanas. ¿Quién se hubiera imaginado que estaríamos tanto tiempo sin vernos las caras?
“He echado de menos vuestras risas, el olor a café y el sonido del teléfono”
Durante estos meses, he estado muy tranquila, sosegada y en calma. He tenido tiempo para pensar, meditar y practicar yoga y mindfulness. Creo que a vosotros no os ha sobrado tanto tiempo libre con eso de tener que compaginar trabajo desde casa, con niños, deberes y otras tareas. Aunque también os he echado mucho de menos a todos. He echado de menos vuestras risas, el olor a café recién hecho, el sonido del teléfono e incluso de los teclados. Cuando llegué al edificio de Espaitec, hace más de dos años del brazo de Salva, nunca pensé que me engancharía tanto al aroma de vuestros cafés, incluso al de las máquinas de la cafetería de abajo.

¡Menudos sustos me habéis dado! Algunos habéis aparecido, de repente, en la oficina como fantasmas, otros como ladrones, con la cara tapada, con guantes y sin tocar nada. Más tarde lo comprendí. Veníais a recoger el monitor o el ordenador para trabajar mejor desde casa. Aunque os volvíais a ir, esos minutos me han sabido a gloria, igual que los ratos en que el personal de limpieza pasaba por la oficina a desinfectarla y a echarnos un chorrito de agua a mi y a mi otras compañeras. La verdad es que gracias a ello hemos sobrevivido a este confinamiento.
Ya hace varias semanas que os veo, de nuevo, por aquí. Os veo en diferentes días, a diferentes horas, más separados que antes y no a todos. Os he oído decir que hacéis turnos y que seguís teletrabajando desde casa. Lo más curioso es que todos habéis estrenado un nuevo complemento que os tapa parte de la cara. Parece que se llama mascarilla y, por lo que os he escuchado, tenéis que llevarla obligatoriamente. Menos mal que las higueras nos hemos librado de eso. Aunque el despacho sigue estando muy silencioso, os oigo hablar de que la situación ha mejorado, de una tal desescalada y de una nueva normalidad. No sé a qué os referís exactamente. Suena todo un poco raro todo, pero yo que queréis que os diga, después de casi tres meses sin veros, dichosa sea esa nueva normalidad.